Instalate y no te enloquezá

tercera parte

Terminadas las clases de encuadernación intercambiamos unos mails para después ponernos con las distintas posibilidades que ofrece el Word Office para hacer un libro. Apenas dije Word, las chicas pusieron las pestañas de punta y casi que se avivan de lo ladri que soy. Pero no. Se dejaron convencer. Les mostré un montón de libros hechos con el word y no lo podían creer: tan sorprendidas que tenían ganas de armar otra editorial... o algo así. Porque en realidad no pasó que les dio ganas de armar su editorial sino que tuvieron ideas de libros que podrían hacer para ellas o de ellas mismas. No tanto militar por los ñoños escritores sino armar su propio rancho. Algo respetable, por supuesto. Cada cual hace de su cola un pito, si quiere.

Me dio pena que no se armara una editorial de encuadernación a mano en Bahía. Por otro lado, la organización estuvo un poco desprolija por lo que no me sorprendió que no surgiera. Creo que el año que viene seguramente va a salir, confío que sí, creo que sí; mi experiencia en estas cosas me dice que algunas personas no están preparadas todavía para lo que de verdad quieren hacer. Nos pasa todo el tiempo. Es como dice aquél amigo; ser feliz cuesta un trabajo (todos tenemos un amigo que dice algo así) que se hace todos los días.
Entonces, yo soy feliz encuadernando, ¿vos querés ser feliz?, encuaderná, ¿no te diste cuenta todavía?, paciencia.
Eso.
Paciencia.

Por lo pronto, pensé, tengo una lija que me morfo un elefante.
¿Hay elefantes en Bahía? Gordxs hay en todos lados pero ¿hay zoológico en Bahía? ¿Hay Obelisco? ¿Hay ríos? ¿Riachos? ¿Animales en cautiverio? Hablando de eso; ¿hay escritores en Bahía? ¿Librerías? ¿Adónde está la librería amiga? ¿Quién mueve acá? ¿Qué se mueve acá?

La hora del almuerzo en una ciudad que duerme la siesta puede ser letal. Por suerte había buen clima y, también, cayó Sonia para armar el stand de los Tamariscos (lo que le llevó unos 15) y me dijo en casa hay milanesas, ¿querés venir?
Iluminado por la gracia del Señor me agarré del bolsito y me fui a instalar a la casa de Rosa, la madre de Sonia. El bolsito ahora era un bolsito y no un cajón de cemento como antes. Los libros quedaron en el stand de venta que armamos con el Chicho y solo llevaba las cosas limpias: calzones, remeras, zapatillas para el fúlbo por si se armaba (mal llamados botines), medias para el fúlbo por si se armaba (bien llamadas medias para fúlbo), libros y anotadores personales, plata, elementos de encuadernación que no presto ni por putas, una bolsa con marihuana, una bolsa con un calzoncillo sucio (medio cagado y un poco húmedo de transpiración) y bastante cansancio encima (muy muy limpio, por cierto).

Primera mala noticia del viaje: me olvidé la bolsa con el porro y la puta madre qué colgado que soy. Reviso todo, saco, revuelvo, tiro y puteo. Nada. Con el humor de perros, salgo de la habitación asignada a mi persona y se me aparece un monstruo enorme que se parece a un perro. Un perro del tamaño de un monstruo. Me mira la cara de pelotudo enojado y gira para su izquierda como diciendo "¿qué onda, querido? ¿qué hacés en mi casa?"
Como me enseñaron en mi época de voyescau de pacotilla me freno, estiro una mano y le demuestro no fear.
Mirá... el cagazo... el cagazo que tenía... te juro... del susto aparecieron las gotitas de adrenalina pura y después se me erizó la piel como gato en celo. Si hubiera sido vedette paraba la cola como en el mejor giro de Alfano en su mejor momento y ahí se me armaba la de San Petersburgo; chau chau adiós, si te he visto no me acuerdo, te juro perro, matame rápido que no quiero sufrir.
Al toque, pero recontra al toque, tan al toque que se dice al tiro, una voz, aguda, chiquita, pequeña, insolente como joven, grita ¡Jercof! Y del susto que me pego podés creer que se me sale un soretito del ano en el preciso momento en el que también aparece un niño con los ojos más celestes que vi en mi vida y tras este niño veo a Sonia que lo corre jugando con él y detrás de Sonia una señora que vendría a ser Rosa, su madre, que me dice Hola, desde lejos, vení que vamos a comer, te gustan las milanesas...?

Ay qué vergüenza.
Mamá.

Por suerte nadie se dio cuenta, Hercof, el perro monstruo, le escapó al niño de ojos celestes y huyeron hacia el fondo, Sonia los siguió y a Rosa le dije, mire, señora, ¿puedo pasar al baño que ando medio cansado; me quiero lavar la cara (y el orto) porque tanto viaje de golpe me dejó un poco extasiado?
Sí, querido, ningún problema, pasá por allá.

Ay, mamá. Si ustedes vieran.
Pero por suerte no.

Pasados los pormenores, nos sentamos a la mesa y apareció otra hermosísima niña, hermana del niño de ojos celestes, también con los ojos celestes más hermosos que había visto en mi vida y dice "Abuela, ¿vamos a comer?", en un idioma que por supuesto en ese momento no entendí y que fue traducido enseguida por Rosa quien sabe que su nieta tiene habilidades misteriosas pero fascinantes y que incluyen despistar a los extraños con sonidos guturales y espásticos bastante llamativos. Sonia le pedía que hablara en castellano y a mí me tocaba mirar la TV cerrando la boca para morfar. Rosa me preguntó si quería cervecita o juguito y, con los ojos atiborrado por las emociones nuevas, en un hilito de voz, le dije cervecita y casi me pongo a llorar.

Al parecer, KF venía a la ciudad de Bahía Blanca a inaugurar la nueva Terminal de Omnibus. Sin embargo, su Servicio Secreto le había anunciado que en la ruta le tenían preparado un recibimiento caluroso pero más bien de despedida antes que de bienvenida por lo que decidió no asistir al evento. En su lugar mandó a Ricurita Massa quién esbozó un discurso más bien papanata que dio lugar a tibios aplausos de la runfla de bahienses que tenía un palo metido en el culo para asistir a tal evento; sin Cristina, la Presidente de los argentinos y las argentinas, el evento carecía de interés. Hubiera sido histórico pero arrugó vaya uno a saber por qué. Muchos dicen unas cosas y otros otras: en el momento, ningún periodista se animó a repreguntar por qué no había asistido la Señora Presidente.

Le perdimos el cordial interés al murmullo de la tele y nos pusimos a charlar. Rosa preguntaba y yo contestaba con la boca apenas vacía. Sonia me ayudó un poquito. Agregaba cosas que me daba vergüenza decir y otras que me olvidaba y así pasamos un almuerzo entre divertido, emocionante y recomponedor. Nos terminamos la cerveza en el patio, con el duro viento bahiense en la cara, antes de arrancar de vuelta para la tarde con editoriales amigas en el comienzo oficial de la Feria de Editoriales Autogestionadas.



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