Viernes de clases

primera parte
Ibamos de la mano.
Cruzábamos en diagonal la calle y en las uniones con brea buscábamos un rastro de nuestro amor. Un testigo. Una marca que dijera nuestros nombres, que contara nuestro presente, que hablara de amor pero también de pasión, de lujuria, de sexo: sexo, sexo, sexo.
La noche parecía tranquila y sonaban los ronquidos de las viejardas ilusionadas por despertar en otro bulo que no sea el del Rúben. Nada nos interrumpía. Nos mirábamos con arduo deseo y conteníamos las ganas de besarnos.

-Sos hermosa por donde te mire, Julieta.
-Y vos tenés lo que hay que tener para hacerme sentir una mujer, Funesito.

En eso aparece una patrulla, un poco apurada, que nos corta el paso y del cual bajan dos mujeres policías.

-A ver, a ver... ¡Documentos, señores!
-¿Qué estaban haciendo?

Los nervios no pudieron ocultar mi enorme miembro erecto.
Ambas se sorprenden y se miran, cómplices.

-¿Vos te encargás de él?
-¿Y vos de ella?
-A ver, pasame, nena...- dijo mientras abría el documento de Julieta - así que sos Julieta Díaz... la famosa Julieta Díaz...
-¿Y vos también sos famoso, Pitulín?
-Debería... mirá lo que tiene ahí.

Y una estruendosa carcajada explotó en la noche bahiense.
Repentinamente, nos pusieron contra la pared, con una violencia desmedida, uno al lado del otro. Julieta me miraba con sus ojos valientes aunque no emitía comentario. Su minifalda de algodón se sacudía cual bailarina flamenca y una de las mujeres policía, la rubia del pelo atado como bailarina clásica, se agachó y colocó su nariz entre las nalgas de mi Julietita querida y empezó a resoplar. La otra también hizo lo mismo con mi trasero aunque esta reía diabólicamente al tiempo que me soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba y soplaba...


7.45 - hora de despertarse.
A veces, cuando tengo sueños medio húmedos, me pego una ducha y listo. Otras, como en este caso, no puedo ni reaccionar. Me desperté dos segundos antes de que sonara la alarma del celular y me quedé duro mirando el techo. Había un par de posters, algunas fotos, ropa sobre el escritorio, libros y anotaciones varias además de discos y perfumes.
Entre la ausencia de mi novia, la habitación de una nena y mi ansiedad por dar clases, la madrugada había sido previsiblemente agitada.
Me lavé los dientes y me volví a la cama. Refrescado hasta en las bolas me sentí un poco mejor y pensaba que por ahí me dormía veinte minutos más hasta que me levantara pero grande fue mi sopresa cuando por la puerta aparece el gran Chicho y me pregunta: ¿mate o café con leche?

Nos pusimos a encuadernar.
Resulta que el mismísimo Gustavo López viajaba el siguiente lunes a Buenos Aires para viajar luego a Ezeiza para viajar luego a Berlín en vuelo directo por Pan Am. Un grosso. Nos pusimos a encuadernar Enjambre Berlinesco; un pequeño libro con poemas de distintos autores latinoamericanos que tenía que llevar a una feria en Berlín donde estaría reunido con otros poetas y el gran agitador cultural Timo Berger. Una historieta que no entendí muy bien pero que no era necesario entender, solo tenía que ayudarlo.
Nos quedamos uniendo tapas con interiores hasta que se hizo la hora del taller y, una vez sentados en la gran kanguneta, que se hacía la arisca, emprendimos viaje para la Casa de la Cultura de Bahía Blanca, sede de la Feria de Editoriales Autogestionadas.

Y lugar donde estarían mis alumnos de encuadernación.


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