FEA - hay una sola

cuarta parte

Hacía muchísimo tiempo que no me ponía detrás de un stand de libros. La última vez había sido en la FLIA número 4 creo, y no la había pasado muy bien que digamos. Hacía calor, no pude vender nada y el escenario donde sucedieron las lecturas quedaba en un "adentro" tan lejano que mi afuera me exigía pasaporte. Por lo tanto, no me traía buenos recuerdos el stand de libros.

El Chicho me prometió ir temprano pero llegué como a las cuatro y pico y todavía no había hecho acto de presencia por lo que imaginé que seguiría con los Enjambres Berlineses. En cambio, el resto de los stands tenían los labios pintados, peinada la bocha, depiladas las piernas y, por supuesto, afilados los discursos.

Preparar un stand de libros no es moco e pavo.

Puede parecerlo; ponés los libros, te ponés atrás de la mesa y esperás.
No, no. Nada que ver. Es por eso que llegado a mi mesa pensé todas las cosas necesarias para tener el mejor stand de libros de la más FEA. Y armé, en mi ya famoso cuadernito hecho a mano por Eloísa Oliva, una lista con instrucciones para armar un stand de libros.

Lista con instrucciones para armar un stand de libros
revistas, fanzines, discos, remeras y/o medialunas

-Marca: es importante resaltar el nombre de lo que te mueve dentro de este grupo de gente loca. Si tenés una editorial, será el nombre de la editorial. Bien clarito y en letra que se entienda (podés hacer un plotter, obvio) el nombre de la editorial (es) que están representadas en el stand. Podés conseguir unas fotos de los autores (para nada convencionales) que podés colgar en las paredes del stand o colocar entre los libros para que identifiquen a tu stand como el más exhibicionista. Los globos de colores también ayudan a memorizar la marca. En realidad, los colores, básicamente lo hacen. A veces es necesario asesorarse al respecto de "colores".

-Souvenirs: imprescindible para seguir la charla en otro momento y lugar más tranquilo. El souvenir tiene la función de pegarle como moco al dedo la marca y el último título que se presenta al cliente. Lo que más funciona en los stands de libros son los señaladores. Es lo que más sale. Pero se pueden mandar hacer globos con el nombre, lapiceras, etiquetas, bolsas con alpiste y dentro de la bolsa un sobrecito chiquito con el nombre de una página web a la que se puede ingresar para conseguir un código que va a servir en el cajero de la Red Banelco / Link solo cuando este no funcione y que al tipear el código aparecerá una imagen que será exactamente igual al logo de la editorial para luego expulsar un ticket / comprobante con datos de contacto del editor y el mail personal que sí responde y el speach necesario para convencerlo de publicar un libro. Mientras más rebuscado el souvenir, más interesados estarán en tu stand o marca.

-Orden y Progreso: Aunque no parezca, los libros deben estar ordenados. Por colección, autor, tamaño, grosor, año de publicación, valor, color. Hay miles de criterios. Los más advenedizos aburren a simple vista pero los creativos de los stand han armado competencias internacionales sobre cómo acomodar los libros en el mantel. (Podés pensar que soy un pelotudo pero te juro, esto del premio internacional, es cierto). Algunos apilan 300 ejemplares de un título de manera tal que forme una torre con ventanas y dentro, una vela que ilumina un plotter con el título del libro. Y eso no es nada. Una vez, en la gran Feria del libro de Mongopichu, vi casi 1000 (mil) - sí, mil- ejemplares de un libro de Paulo Coelho apilados uno arriba del otro formando una arcada a la entrada de la editorial que lo editaba. La puerta que formaba estaba flanqueada por gigantografías con su cara de reventado cool a la que nos tiene acostumbrada su área de márketing.
Siendo menos pretensioso, podés conseguir algunos fierritos doblados de manera que ayude a mantener los libros casi parados para que el cliente que pasa al vuelo pueda, por lo menos, enterarse de lo que publicás o las tapas que hacés.
Puede parecer una estupidez (bah, a mí me parece) pero los clientes que pasan por un stand de libros son excesivamente tímidos. No es típico responder preguntas sobre autores, sobre el nacimiento del proyecto ni nada por el estilo. El cliente pasa, mira y se va. A lo sumo se acerca. A lo sumo se acerca y levanta un libro. A lo sumo lo levanta y dice "ah, éste lo conozco" (si es que viene acompañado - si viene solx, fuiste). A lo sumo dice "¿cuánto cuesta?". A lo sumo, si pregunta el precio te aclara "uy, no me alcanza" para conseguir un descuento.
Pero nada más.
Entonces, el orden ayuda al progreso. Si no te compran ahora, te comprarán mañana en otra feria a la cual irán con la plata que cuesta el libro (el que lo va a comprar ya sabe cuánto sale). Hay poquísimos clientes que se ven deslumbrados por el libro y lo compran sin conocer nada de lo que hiciste previamente así que tampoco entrés en pánico pensando que vas a tener que domar fieras con los bolsillos repletos de euros; don guorry, es más fácil esa parte porque viene todo aceitado.

-Caja chica: el mundo capitalista golpea una vez más las puertas sensibles del editor independiente. Viene la tía del autor, la ex - novia, el mejor amigo, los jefes o el mismo autor con un billete de 100 por un libro que sale 17 points y tenés que ponerte colorado porque no te alcanza la plata para darle vuelto. Por ignorancia de este punto, a lo largo de mi vida de stanciero, he perdido de vender muchísimos libros. Monedas, billetes de baja denominación y hasta caramelos (como hacen los coreanos de los súper) son herramientas necesarias para conformar una completa caja chica. Nada peor que no conseguir un lector porque te falta cambio. Y muchísimo más peor decirle que le cobrás 20 en lugar de 23 porque no te alcanza el vuelto. Denota falta de interés e ignorancia y maltrato a la función pública.

-Catálogo: otro imprescindible detalle. Más de uno viene para un touch and go. Y más de uno quisiera conocer todo lo que hiciste, hacés o vas a hacer. Entonces, es importante exhibir un catálogo de libros publicados o a punto de publicar. No tengas miedo de poner tus proyectos que "casi probablemente jamás concretes". Al momento de una venta, el excesivo entusiasmo pasa desapercibido. Ponele una onda y anotá libros que jamás podrías editar por el solo hecho de tener la capacidad de armar un catálogo.
Más de uno los cobra. Baratito. Pero se cobran al fin. Entonces, si vas a pedir un billete a cambio, lo mínimo que podés hacer es diseñarlo como D´s manda. Es una papa, acordate, los nombres, el autor, el precio, algún jotapegé. Si te sale choto o no tenés idea, le pedís a un diseñador. Estos laburos salen de onda con cualquier amigo con maña y buen gusto; metrosexuales, diseñadoras de ropa amateurs, etc.
Tampoco seas muy convencional: agregale a cada sinopsis algún detalle pintoresco. "Este autor se ha separado 6 veces en lo que va del nacimiento de esta editorial porque se la pasa escribiendo y le chupan tres huevos las relaciones amorosas"; " este autor se pagó la edición porque dijo que no podía creer que nuestros libros fueran tan feos"; "esta autora es mi mejor amiga y por eso la publico y elogio"; y los etcétera que se te ocurran.

-Eventos especiales: cuando la feria viene tranquila y no pasa de lecturas o presentaciones de libros lo mejor es imponer presencia a fuerza de eventos. La Funesiana armó un sorteo de libros. "Regalamos un libro mañana a las 17 hs, ¿querés participar?, vení, anotá una frase y volvé mañana". Eso ayuda para que, además de participar y estar ahí, puedan conocer tu cara y tus libros (claro, tus libros, fanzines, discos, remeras y/o medialunas que de ahora en más serán llamados LIBROS).
También son típicas las charlas con autores o firma de ejemplares pero de tan típicas y previsibles dejan una mala imagen de la editorial. Así que lo que mejor puede andar es ofrecer un tiro al blanco con alguno de tus autores; "mañana a las 17 hs vamos a traer unos dardos y unas cajas de cartón diseñadas por Nahuel Vecino y Javier Barilaro en las cuales vos podrás demostrar tu habilidad para el tiro al blanco junto a Bla (nombre de autor)".
Eso. Que le pongas una onda.

-Descuentos: esta es otra parte importante de un buen stanciero. Saber cuándo aplicar descuentos y cuándo no. De entrada, por ser un evento independiente y autogestivo, algunas ferias te sugieren que bajes los precios para vender más. No siempre es así. Con un buen vendedor, los descuentos no hacen falta. Los libros cuestan muchísimo trabajo. Y hacerlos trae alegrías y sinsabores. Con cierta actitud positiva se pueden destacar los pequeños acontecimientos de cada libro y eso solo ya lo vuelve interesante. Mi postura es la de apoyar al descuento cuando se trata de un cliente ávido que se lleva más de dos libros. Bajar a 10 un libro que cuesta 12 points es un despropósito. Creo que en ese caso vale más que te plantes en 12, te pierdas un cliente pero te asegures una fuerte personalidad. No solo estás respetando al autor del libro; también estás respetando tu trabajo y el de tu mano de obra. Los descuentos los hace EKI, no vos.


Tuve varias razones para ponerme a escribir estos consejos pero ninguna pudo aplacar el aburrimiento que conlleva estar atento a la presencia de personas frente a uno. Cuando llegó el Chicho pude pasear un poco por el resto de los stands y ver que las Quetrófilas, lejos las más hermosas e histéricas mujeres en el elenco de stancieros, armaron unos carteles que anunciaban la feria y los colocaron en la entrada. Se pusieron a repartir unos volantes y se parlaron media ciudad con tal de que ingresaran al edificio.
Con el Chicho aplacamos el calor con una cerveciña y esperamos que se hiciera un poco tarde. El sol caía después del cierre de la feria por lo que no íbamos a tener una clara señal de cierre de evento. Por suerte conseguí muchos libros de cortesía para sortear al otro día así que eso me fue alegrando el final de la jornada.

Por la noche, con el cansancio de los nervios y el entusiasmo por la ciudad ventosa, me puse a cocinar unas pizzas que amasé con estas propias manos que tipean esta crónica. En agradecimiento por el excelente espacio que me dieron para alojarme, preparé mi especialidad y, habiéndome asegurado de que Jercoff estaba vigilado por sus dueños, me digné a pagar mi alojamiento generosamente. Cayeron invitados de lujo y se armó una mesa de 7 delicados e inteligentes comensales los cuales amenizaron la velada con varios temas (ineludible el amague de Cristina de esa misma mañana).
Tan bien me fue con la preparación de la pizza que no podía creer que estuviera cocinando yo solo y ahí fue que me di cuenta: no estaba solo, tenía mis asistentes. Sonia y Nadia se pusieron el delantal y acudieron con generosa algarabía a mi llamado de soldados de la reina Rosa. Nos pusimos manos a la obra y parecía una orquesta; mientras amasaba con puño y letra, las chicas iban picando la carne, los morrones, el queso, la cebolla, preparando los pequeños bols, limpiando utensilios, sirviendo la picadita y tomándose, a escondidas del jefe cheff pizzero, unos traguitos de cervecita cada tanto.
La más entusiasta fue la niña de ojos celestes más hermosos del mundo quien apenas probó la salsa, volvía a mis espaldas y robaba con sus pequeñas manitas un poco de esto y un poco de aquello. Pícara e incomprensible, su jovialidad no podía menos que agitar la trabajosa armonía que habíamos logrado y de vez en cuando le rajábamos una puteada en la nuca porque, sin temor a quemarse viva, nos quitaba los preparados aún sin distribuír.

Los aplausos todos para la pizza de lomo.

Las sobremesas y los nuevos amigos invitan a la sinceridad y las anécdotas. Esta vez no fue la excepción por lo que nos pusimos a tono y debo aclarar que, si no fuera porque estaba demasiado sobrio, hubiese agarrado a más de uno con un fuerte abrazo, lágrimas en los ojos y gritado "¡los amo! ¡gracias! ¡¡gracias por todo esto!!"

Por suerte, a veces, el termómetro de papelones me funciona. Para colmo al otro día tenía que volver a dar clases porque no iban los chicos de Eloísa Cartonera así que sin más, apenas terminado el pucho de rigor con Sonia en la ventosa y solitaria noche bahiense, me fui a romper la almohada a cabezazos con el gustito del deber cumplido y la custodia de Jercoff quién, de lejos, me miraba con desconfianza.