Saavedra


Llovía. Cuando me acosté llovía.
Llovía. Cuando me desperté...
No había forma, no había conjuro, no había sonido que se alejara de chruc, chruc, chruc.
-¿Cómo dijiste?
-Chruc, churc, chruc...
-¿Qué es eso?

¿Qué es un libro? Tantas cosas. Tantas cosas detrás del libro. Las dije todas en compañía de Luciano Saracino. Un escritor que devino amigo y ahora no es más escritor. Ahora es militante, músico, letrista, cantante... pero no escritor. Nadie quiere ser amigo de un escritor. Uno quiere ser amigo de un militante, músico, letrista, cantante. Porque a los escritores nadie los banca.
Sí, soy insoportable, pero eso ya lo sabías.
Recuerdo que llovía, eso sí puedo escribir. Puedo decirte que fue uno de esos días que muchas personas usan para putear a otras. Una mañana de esas que uno elige para leer una carta de despedida. La lluvia como el conjuro para que te acostaras en la cama, con la almohada en el pecho, en la tele un viejo capítulo de "Friends", el pañuelo a mano. Una tarde con bizcochitos, de paragüas prestado. La nochecita fresca de pasear al perro y no levantar su mierda porque "en un rato se larga de vuelta y se lo lleva todo".
Eso fue el viernes 30 de julio de 2010. Hace un montón de tiempo ya. La temperatura era bajísima. Mientras me abrochaba el cinturón marrón frente al espejo me preguntaba cómo sería el trayecto del Abasto a Saavedra. Habría mucho tránsito. Habría muy poco. El auto estaba roñoso y la batería está tosiendo por lo que a veces no arranca de una; ¿habrá que empujarlo otra vez?
Munra.
Munra le puso Lunita. Nuestro auto tiene nombre. ¿Tiene sentido contar en la presentación de mi libro cómo se llama mi auto? ¿Tiene sentido que hable cuando espero que no vaya nadie? ¿Tiene sentido cuando todo parece medio atado con alambre?
No, no tiene sentido.
Y así llegué a Iberá y Galván. Así llegué al Centro Cultural que está a unas cuadras del Parque Sarmiento, al que vengo dos veces por semana a entrenar. Con el entusiasmo pinchado. Con la caja de los libros que había ido a buscar por el depósito de Lugano, una caja con 100 pinos. Llegué al Centro Cultural con una duda mayúscula.

Y me encontré con Luciano.

-¿Qué hacés, querido?

Esa manera que tiene de decir la palabra 'querido'. ¿Dónde habrá aprendido a ser tan afable? Porque uno escucha y siente que ha pasado temporadas enteras compartiendo departamentos arenosos en la costa cuando escucha el tono del 'querido'.

-Y bien no, ¿qué te voy a decir? Con un cagazo que ni te cuento... esta lluvia de mierda.
-Esta lluvia de mierda, vení, vení que te muestro.

Y si no me agarró de la mano es porque la textura de su voz ya parece como si te estuviera agarrando la mano y llevándote para el fondo... porque en el fondo era la cuestión.

-Mirá...

Un lugar hermoso. Ahora te digo a vos, curioso lector, ¿para qué te voy a mentir? Si el lugar era hermoso. El lugar ES hermoso. Un pequeño escenario, dos parlantes arriba de las tablas, varias mesitas con sillas acariciándolas, dos tablones repletos de libros donde iría Conectados, la iluminación justa para el susurro, la trampa, el misterio, la sonrisa cómplice, el chanta a resguardo. "Acá se cuida de la gente", pensé.

-Zarpado, Lucho...

No me salió otra cosa. Para colmo ya había gente. Todavía no era la hora y había gente. Una pareja sentada, un tupperware en una mesa, otra pareja revisando libros. "Esto ya es un éxito", pensé.

-Lucho, tenés todo armado, eh. ¿Y con el morfi, cómo te fue?

Claro porque les habíamos dicho que les regalábamos la comida. Su madre y Laura hicieron la comida, un guiso y como 100 empanadas para todos los gustos. Para colmo había una parte del guiso que era para vegetarianos. En la presentación de mi libro, la primera de las varias que yo creo que voy a hacer, estaba fijando un piso de calidad muy difícil de superar. Lucho hacía de las suyas, Lucho ponía cuerpo, alma, vida, amigos, el lugar... ¡hasta ponía a su madre, joder!

No les puedo mentir: me costó recuperarme. Fue como una energía positiva que aniquiló mi semblante pedorro de escritor looser. Acá no había posibilidad para la perfidia, mi perfidia. No. Además era muy claro: o le ponés una onda piola o no le ponés nada pero mala onda acá no entra ni disfrazada de tanga.

Empezó a llegar la gente. Empezamos a beber aun a pesar de que había llegado manejando y debía volver manejando. Empezamos a discutir el orden de la noche y el orden de nuestras lecturas, presentaciones. No fue fácil ponerse de acuerdo, demoramos más de lo previsto. La gente interrumpía nuestra charla porque pedía que Lucho le firmara un ejemplar de ésto, le indicara la mejor combinación de subte para lo otro, le vendiera una botella de vino de aquella marca, aconsejara dónde poner 5 mil pesos de ahorros ahora que se viene la catástrofe cambiaria. Para todo era requerido; Luciano Saracino, gran consejero.

A mí no me entra en la cabeza
tener tantos años
una pila de hojas
agujereadas
a mí no
me llaman cuando sortean
el número ganador
eso le pasa a otros...
Guitarras, velas, cerámica y telas
cuatro habitaciones
una cocina
un baño con frases
confrascos
cofre
un baño
varios pinceles gastados
mango negro
como la marca de mi remera
nueva
Alidas
Pueyrredón y Sarmiento
de estreno porque presento
con el pibe de oro
un libro de plata
con intenciones de bronce.

Empecé yo. "Empezá vos, Lucho, o digamos algo juntos". Gracias por venir, gente. Un placer verlos a todos tan apiñados, tanta gente, esto que es el Centro Cultural El Colectivo. "Gracias", repetí. Algunos rieron, otros miraron a Lucho que siguió. Habló, agradeció y comenzamos una performance. No fue planeada. Habíamos dicho que sería medio pedorro el comienzo: hagamos un comentario sobre estar acá, el Centro Cultural, agradezcamos por haber venido, demos la bienvenida, vendamos... ¡digamos lo de siempre! Vos sabés.
Pero no.
Hablamos demás. Él contó, yo conté. Él rió, yo reí. Él comentó para meterse a la gente en el bolsillo y en mi caso traté de meterme en el bolsillo de la gente. Como la mayoría estaba medio picadita por la golosa harina elaborada y los diminutos morrones horneados no se dieron cuenta. I did realized that I was a schmuck. Pero son cosas que pasan, ¿no? Uno a veces puede ser un reverendo pelotudo y salir impune porque el Agente no leyó los derechos previamente a ponerme las esposas. Sí, son cosas que pasan.

Apenas terminamos nuestro stand up literario hubo dos rutinas teatrales. Dos actores, juego de espacio, tiempo, gestos, ruidos y sombreros. Los niños en la sala, el sonidista, las mujeres que hacían la fila en el baño, el horno, las plantas secas y mojadas, algunas (algunas) macetas y (sobre todo) las mesas se rieron. Con tos, de golpe, carcajadosamente. Varias formas de reírse.

Pasadas las escenas me tocó leer. Un texto corto aunque salió muy charlado. Un texto con aire a manifiesto.
Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto.

Y después... lo mejor.
Podría resumirlo en una sola frase: contundente.
Luciano presentó su libro "Guía de la América Latina misteriosa" y me di cuenta de que estaba viviendo un momento especial. Único, además, porque no puedo pensar en otra forma de repetir eso que pasó. Las anécdotas, las frases, los comentarios de la gente, la gestualidad del músico. Porque hubo un músico que acompañaba la mirada y la voz de las anécdotas del escritor presentando su libro. Hubo una guitarra que rasgueando sometía el sentido del oído a besar la tierra, mansa pachamama que acaricia el alma. Varias cuerdas de nylon susurrando al oído. Hasta una chacarera hizo sonar en sus cuerdas. Un día de éstos harán recitales multitudinarios repletos de alegría.

Así terminó la noche. Con mesas llenas de niños, amigos, cervezas, vino y empanadas. Con el editor y la jefa de prensa brindándonos porque habíamos hecho una gran fecha. Así terminó la noche.
En mi fantasía volvía manejando con una mano. Munra se dejaba y mi novia me decía dale, no pasa nada, seguí pilotando la nave. En mi fantasía, esa noche, manejaba con los ojos cerrados. Los coches se doblaban a mi paso, los baches se cerraban. En mi fantasía los semáforos titilaban.

En la realidad fue algo peor. A 40 km/h en todo el trayecto llegué a casa y, encendido, me escapé a un bar. A tomar, a pensar, a escribir esta crónica de borracho, a tipear con los ojos. En mi repetida huída de la realidad para encontrar la frase correcta, el conjunto de letras que, combinadas, intenten retratar y emular esta noche... la noche que presenté por primera vez mi segundo libro.