Retiro estaba insoportable. ¿Podés creer que no se sentía el aire acondicionado que refresca la sala de espera? Muchísima gente. Para ser un 19 de diciembre no está tan bueno que haya tanta gente, tanto entusiasmo, imaginate después lo que será: entre navidad y año nuevo, olvidate. Lo cierto es que pensé que se me había ido el micro. Mentira. Salió tarde. Todos los servicios estaban atrasados. A las 21.45 anunciaban las salidas de las 21.15. De todas formas, cuando no ves tu micro por ningún lado y son las y 43 un poco te asustás. Te digo, una vez, yendo a Mendoza con Levín, nos cagaron y salieron 2 minutos antes. Podés pensar que dos minutos no es nada pero yo te pido que dejes de leer, esperes dos minutitos y vuelvas a la pantalla. Mirá el techo, si querés. Dale, probá.
Ves. Dos minutos puede ser poco. Un número bajo. Pero en todo ese tiempo pasan millones de cosas. Nosotros nos perdimos un micro.
Pero volvamos a Retiro un 19 de diciembre.
Calor.
Pantalones cortos por doquier. Con mi ojo de pirata funcionando a media máquina registré lo que pude. No fue mucho pero alcanzó para decir que se impuso el pantalón cortito cortito, ese que apenas tapa la entrepierna. Al fin una moda que me interesa.
Con la reina nos clavamos una Bud bastante fría. Ni la mitad tomamos, en realidad. Cortos de tiempo. Después se iba a una cena / despedida de año con los compañeros de trabajo en Amaicha. Tengo que conocerlo, parece. Anchorena al 600. Pero se hizo un tiempo para acompañarme. Ir solo a Retiro no es la gran cosa pero el exceso de vendedores ambulantes, mujeres con mochilas, turistas europeos, pilas truchas y medias homónimas provoca un pico de estrés que de a dos se soporta mejor.
Nos comimos las papafritas más grandes del mundo. Medio kilo de papa cada papafrita. Sabrosa. Poca sal. ¿Por qué no le ponen sal a las papas? Fucking hipertensos.
En los derredores de la terminal se ven cosas raras. Hay que prestar atención a las señoras, las chicas con carrito, a los pibes que aspiran pegamento (cuando ellos crezcan comerás el pavimento), las promociones de anteojos negros 2x1 y algún que otro libro de oferta en el kiosco.
Nada.
Esta vez nada me llamó la atención.
Estoy tratando de recordar. Sucedió todo hace unas diez horas, no más.
Nada.
Hago el esfuerzo.
Caramba.
Subí al micro. Sigamos. Subí al micro y me sorprendió una revista de moda. Cien points el pasaje alcanza para una almohadilla y una manta (almohada y frazada para los argentinos que leen esto). Una revista de moda con fotos de adolescentes en paños menores además de una lista de consejos para estar “in” con muy pocos pesos. Tengo 30 años. Estamos en el comienzo del fin del mundo y todavía siguen usando la palabra ¡in! ¿Qué te pasa, Mundo? Aggiornate, plisplis, papito.
Lenguaje de señas amoroso y divertido. Mensajes de texto ídem y partir. Partir para nunca más volver. Desde que voy y vengo a Rafaela me pasa lo mismo; siento que podría quedarme a vivir acá. Siento que realmente podría quedarme a vivir, conseguir un trabajo e instalarme a escribir y dormir siesta. He ido a muchos otros lugares un poco más divertidos, un poco más bonitos, un poco más desiertos y hasta concedo que otros han sido más estimulantes. Pero ninguno me ha dado la certeza de que vivir allí sea algo posible. Rafaela me da eso; certezas. Uno que busca lleno de preguntas encuentra respuestas en esta ciudad. La vuelta del perro, el bar frente a la plaza en el que desnudan mujeres con la vista, las milanesas recortaditas para acompañar la birra. La birra que acá le dicen porrón. El porrón que no falta en ninguna fiesta. Fiestas rockeras. Remeras. Ja. Gogui, mirá qué rápido llegás a tu libro.
La semana que viene presenta su primer libro. Poesía. Remeras. El nombre la rompe, es genial.
¿Cómo la ves, Reina? ¿Nos venimos pa´ Rafaela?
En el micro había auxiliar de abordo. ¡Qué nivel, papurri! Una mamita de treintilargos que rajaba los 4 ejes. ¿Cómo será la vida de una mina así? Cara de rusa tenía. Bien. Rusa bien. Muy atenta y sutil en los gestos. La voz suavecita. Una profesional por donde la mires. Me ofreció gaseosa, le pedí vino. Blanco. Me pidió retirar el vasito y le dije no, traéme otro, por favor. Apenas salimos de Retiro, por los parlantes nos pidió que viéramos el video de seguridad y anunció el menú: lomo con puré y salsa de champignones. Rico. Calentico. Ofreció vino tinto, blanco y gaseosas, sin embargo, después de mi segundo vaso de vino blanco, me ofreció whisky, licor o café.
Style.
Touché.
Arrugué, obvio. Eran las once de la noche y tenía un sueño para quebrar almohadillas.
Pusieron una peli: Bangkok Dangerous, con el pelado Cage. Tiene que hacer algo ese muchacho. Alguien que le presente a Statham o a Bizzio. Peladas que se llevan con personalidad y orgullo. Eso de andar con extensiones o injertos de pelo a mitad del bocho; el hombre de la frente más amplia del mundo, ya no va más. ¿No te alcanza para un asesor de imagen, man?
La peli malísima. Pero si tiene tiros yo compro. Y el cabarulo de Bangkok impresionante. Tengo un par de amigos que deberían verla y copiar la idea para invertir esa guita que no saben dónde poner. Hablando de poner, con la crisis que se viene, amigo, nadie va a dejar de ponerla. Habrá más depresión pero el cabarulo puede vender whisky. Público cautivo. Ese cabarulo... tienen que copiar esa idea.
Dormí bien.
No era el Sheraton y he dormido mejor en coches semi cama pero puedo decir que dormí bien.
Hace unas semanas que vengo para tricki: duermo 3 o 4 horas por noche. No está bueno, Buenos Aires. Me vuelvo irritable (más de lo que habitualmente soy) e intolerante (más de lo que habitualmente soy). Combinado con mi jodida autoexigencia soy nitroglicerina pura.
Pero esta noche no. Dormí bien.
Y ya son las 5 y media de la mañana, estoy en el bar de la terminal esperando a Gogui que no llega, morfando un par de medialunas y un feca con lechita. El mozo Fabián, buena onda, me dejó enchufar la compu.
Ahí llega el amigo Gogui.
Voy dejando acá, doña.
Sigo en un rato.